jueves, 4 de diciembre de 2008

LA ESCUELA DE LAS MUJERES, de Molière (1662)




ESCENA II. ARNOLPHE, AGNÈS

ARNOLPHE. (sentado) Agnès, deje sus labores para escucharme. Alce un poco la cabeza y gire la cara: así, y míreme mientras le hablo. Grábese bien hasta la última palabra que le voy a decir. Yo la desposo, Agnès, y cien veces por día debe agradecer la suerte que ha tenido. Piense en la miseria de la cual salió y admire mi bondad, que la hizo ascender del vil estado de pobre campesina al rango de honorable burguesa y gozar de los abrazos y la unión con un hombre que antes huía de todos estos compromisos, y cuyo corazón le negó a veinte partidos muy aceptables el honor que hoy quiere hacerle a usted. Debe mantener siempre, repito, ante sus ojos, lo poco que valía antes de este lazo glorioso, para que esa visión la ayude a merecer el estado que le proporciono y a conocerse mejor, y para que me enorgullezca siempre de este acto. El casamiento, Agnès, no es un juego: una mujer casada tiene deberes austeros, y como yo lo entiendo, usted no llega a él para ser libertina ni para pasarla bien. Su sexo existe para ser dependiente; el poder está del lado de las barbas. Aunque seamos dos mitades de una sociedad, entre esas mitades no hay igualdad; una mitad es suprema, la otra, subalterna; una se somete en todo a la otra, que gobierna; y ni siquiera la obediencia que el soldado instruido en su deber demuestra con el jefe que lo manda, el sirviente con su amo, el hijo con su padre y el cura más humilde con su superior, se acercan a la docilidad, a la obediencia, a la humildad y al profundo respeto que la mujer debe tener por su marido, que es también jefe, señor y maestro. Cuando él la mira serio, ella baja la vista de inmediato; y no se atreve a mirarlo nunca de frente, a menos que él le conceda ese favor con una mirada amable. Eso es lo que no entienden las mujeres de hoy; no se deje arruinar por el mal ejemplo de otras. Cuídese de imitar a esas malas mujeres de cuyas locuras habla toda la ciudad, y no se deje conquistar por los asaltos del demonio, es decir, no escuche a ningún rubiecito. Piense, Agnès, que al dejarla compartir mi persona es mi honor lo que pongo en sus manos. Piense que ese honor es tierno y se hiere de nada, que con él no se juega, y que en el infierno hay calderos hirvientes donde se sumerge para siempre a las mujeres indecentes. Todo esto que le digo no es un cuento; memorice estas lecciones. Si su alma las sigue y huye de la coquetería, será siempre blanca y pura como un lirio. Pero si da un paso en falso en el camino del honor, se volverá negra como el carbón, todos la verán como un objeto despreciable y un día se irá, en manos del diablo, a hervir en el infierno por toda la eternidad: ¡que la bondad celestial la proteja de ello! Haga la reverencia. Así como una novicia debe conocer de memoria sus tareas en el convento, al entrar al matrimonio es necesario hacer lo mismo. Aquí, en mi bolsillo, tengo un escrito importante (se levanta) que le enseñará el oficio de esposa. Ignoro quién es el autor, pero es algún alma buena. Quiero que sea su única lectura. Tenga. Veamos un poco si lo lee bien.


AGNÈS. (lee)
LAS MÁXIMAS DEL MATRIMONIO,
o los deberes de la mujer casada,
con sus ejercicios diarios.
Iª Máxima: Aquella que entra al lecho de otro gracias a una unión honesta debe meterse en la cabeza, a pesar de cómo andan las cosas hoy en día, que el hombre que la toma lo hace sólo para él.
ARNOLPHE. Después le explicaré lo que quiere decir. Por ahora, sólo tiene que leer.
AGNÈS. (prosigue)
IIª Máxima: No se debe adornar más de lo que pueda desearlo el marido que la posee: él es el único que recibe las atenciones de su belleza; no tiene que importarle nada que otros la encuentren fea.
IIIª Máxima: Nada de polvos, aguas, cremas, pomadas ni otros ingredientes para tratarse la cara: son drogas mortales para el honor; al marido no le importan esos cuidados por parecer bella.
IVª Máxima: Al salir, debe ocultar bajo la cofia sus ojos de las miradas ajenas, como lo ordena el honor; ya que para gustarle a su esposo no debe gustarle a más nadie.
Vª Máxima: Fuera de quienes visitan al marido, las reglas le prohíben recibir a otras personas: los que se dirigen a la señora con actitud galante disgustan al señor.
VIª Máxima: Debe negarse a recibir regalos de los hombres: hoy en día nadie da nada sin esperar algo a cambio.
VIIª Máxima: Aunque se aburra, entre sus muebles no debe haber escritorio, papel, tinta ni pluma: el marido debe escribir todo lo que se escribe en su casa.
VIIIª Máxima: Esas asociaciones desordenadas llamadas reuniones distinguidas corrompen las mentes de las mujeres comunes: deberían ser prohibidas, ya que ahí se conspira contra los buenos maridos.
IXª Máxima: Toda mujer devota del honor debe abstenerse del juego como de algo funesto: ya que el juego es frustrante y con frecuencia lleva a las mujeres a arriesgarlo todo.
Xª Máxima: No debe gozar de paseos ni de comidas campestres: según los entendidos, el marido es quien termina pagando siempre esas invitaciones.
XIª Máxima...
ARNOLPHE. Las terminará de leer por su cuenta, y después, de a poco, se las iré explicando como se debe. Me acordé de un asuntito: tengo que ir a decirle algo a una persona, vuelvo enseguida. Entre y guarde este libro con cariño. Si el notario viene, que me espere un momento.


Gentileza de Editorial Mandioca.

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