sábado, 20 de julio de 2013

Las ensoñaciones del paseante solitario, de Jean-Jacques Rousseau


Recordaré toda mi vida una herborización que hice un día por el lado de la Robaila, montaña del justiciero Clerc. Estaba solo, me hundía en las anfractuosidades de la montaña, y de bosque en bosque, de roca en roca, llegué a un reducto tan escondido que en toda mi vida no vi una apariencia más salvaje. Abetos negros mezclados con hayas prodigiosas, algunos de los cuales, caídos de viejos y entrelazados unos con otros, cerraban ese reducto con barreras impenetrables; algunos intervalos que dejaba ese cerco sombrío no ofrecían, más allá, sino rocas cortadas a pico y horribles precipicios que no me atrevía a mirar sino acostándome sobre el vientre. El buharro, la lechuza y el águila dejaban oír sus gritos en las grietas de la montaña, sin embargo algunos pequeños pájaros raros pero familiares atemperaban el horror de esta soledad. Allí encontré la Dentaria heptaphylla, el Ciclamen, la Nidus avis, la gran Laserpitium y algunas otras plantas que me sedujeron y me divirtieron largo rato. Pero insensiblemente dominado por la fuerte impresión de los objetos, olvidé la botánica y las plantas, me senté sobre almohadas de Lycopodium y de musgos, y me puse a soñar más cómodo pensando que estaba en un refugio ignorado por todo el universo, del que mis perseguidores no me desterrarían. Un movimiento de orgullo se mezcló pronto con esta ensoñación. Me comparaba con esos grandes viajeros que descubren una isla desierta y me decía complaciente: sin duda soy el primer mortal que llegó hasta aquí; me veía casi como otro Colón. Mientras me pavoneaba con esa idea, escuché un poco más lejos cierto tintineo que creí reconocer; escucho: el mismo ruido se repite y se multiplica. Sorprendido y curioso me levanto, penetro a través de una funda de maleza del lado donde venía el ruido, y en una depresión a veinte pasos del lugar mismo al que creía haber sido el primero en llegar veo una manufactura de medias.
No podría expresar la agitación confusa y contradictoria que sentí en mi corazón ante este descubrimiento. Mi primer movimiento fue un sentimiento de alegría al encontrarme entre humanos donde me había creído completamente solo. Pero ese movimiento, más rápido que el rayo, pronto le dejó lugar a un sentimiento doloroso más duradero, como si en las cuevas mismas de los Alpes no pudiera escapar de las crueles manos de los hombres encarnizados en atormentarme. Ya que estaba muy seguro de que quizá no hubiera ni dos hombres en esa fábrica que no estuvieran iniciados en el complot del cual el predicante Montmollin se había hecho jefe, y cuyos móviles venían de más lejos. Me apresuré a apartar esta triste idea y terminé por reír para mí mismo de mi vanidad pueril y de la manera cómica con la que había sido castigado.


Gentileza Editorial Losada

domingo, 19 de mayo de 2013

Arte poética, Paul Verlaine


La música ante cualquier cosa,
y para eso preferí el Impar,
más vago y más capaz de volar,
porque en él nada pesa, nada posa.

También es mejor si elegís
con cierto desprecio tus palabras:
no hay nada como la canción gris
donde lo Ambiguo y lo Preciso cuadran.

¡Son bellos ojos tras los velos,
es la gran luz que tiembla a mediodía,
es, una noche de otoño, el cielo
azul revuelto por estrellas frías!

¡Queremos el Matiz de nuevo,
no el Color, nada más el matiz!
¡Ah, solo el matiz une de raíz
la flauta al corno y el sueño al sueño!

Huí de la Agudeza asesina,
de la Risa impura y del Calambur,
que hacen llorar a los ojos del Azur,
¡y de todo ese ajo de baja cocina!

¡Retorcele el cuello a la elocuencia!
Viene bien, en tren de energía,
moderar la Rima a conciencia.
Si no, ¿hasta dónde llegaría?

¡Quién dirá los daños de la Rima!
¿Qué chico sordo o qué negro loco
forjó esa joya que vale tan poco
y suena hueca bajo la lima?

¡La música de nuevo, sin temores!
Que sea tu verso algo que vuela,
huyendo de un alma que anhela
otros cielos y otros amores.

Que sea tu verso la buenaventura
dispersa en el viento crispado
que va oliendo a menta del prado...
Y todo el resto es literatura.



jueves, 18 de abril de 2013

Los días felices, de Samuel Beckett




Winnie: Me viene la imagen – desde los abismos – de un señor Miranda – de un señor y quizá – de una señora Miranda – pero no – van de la mano – así que más bien su novia – o solo una amiga – muy querida. (Se mira las uñas más de cerca.)  Muy quebradizas hoy. (Vuelve a limar.) Miranda – Miranda – el nombre te dice – algo – a vos, Willie – evoca quiero decir – una realidad cualquiera – para vos, Willie – no respondas – si te fastidia – ya te – esforzaste – bastante – Miranda – Miranda. (Examina las uñas limadas.) Un poco más presentables. (Levanta la cabeza, mira delante de ella.) No te vengas abajo, Willie, es lo que siempre digo, pase lo que pase, no te vengas abajo. (Pausa. Vuelve a limarse.) Sí – Miranda – (deja de limarse, levanta la cabeza, mira delante de ella) ¿o Miralles, no sería más bien Miralles? (Gira un poco hacia Willie.) Miralles, Willie, ¿te suena Miralles? (Pausa. Girando un poco más, más fuerte.) Miralles, Willie, ¿te dice algo Miralles, el nombre Miralles? (Pausa. Se da vuelta hacia atrás para mirarlo. Pausa.) ¡Ah bueno! (Pausa.) ¿Qué hiciste con tu pañuelo? (Pausa.) Ah Willie, ¡no te lo vas a tragar! ¡Escupilo, por favor, escupilo! (Pausa. Vuelve a estar de frente.) En fin, será lo natural, supongo. (La voz se quiebra.) Lo humano. (Pausa. Igual.) ¿Qué se puede hacer? (Pausa. Igual.) De la mañana a la noche. (Pausa. Igual.) Día tras día. (Pausa. Levanta la cabeza. Sonrisa.) ¡El estilo antiguo! (Fin de sonrisa. Vuelve a sus uña.) No, esta ya está. (Pasa a la siguiente.)  Me hubiera puesto los anteojos. (Pausa.) Ya es tarde. (Termina la mano izquierda, la inspecciona.) Un poco más presentables. (Empieza la mano derecha. Lo que sigue puntuado como antes.) En fin – qué importa – este Miralles – Miranda – qué importa – y la mujer – de la mano – una bolsa cada uno – de esas multiuso – de nailon – plantados ahí mirándome – boquiabiertos – al fin él – Miranda – Miralles – qué importa - ¿a qué está jugando? dice - ¿a qué viene? dice – metida hasta las tetas – en los yuyos – tipo grosero – ¿qué significa? dice - ¿qué se supone que significa? – y patatín – y patatán – todas las estupideces – de siempre - ¿me oís? dice – por desgracia, dice ella - ¿cómo que por desgracia? dice él - ¿qué significa por desgracia? (Deja de limarse, levanta la cabeza, mira delante de ella.) ¿Y vos? dice ella. ¿A qué venís vos, que se supone que significás? ¿O porque seguís parado sobre tus pies planos, con tu viejo atadito lleno de caca en conserva y de calzones de recambio, arrastrándome de una punta a la otra de este desierto de mierda – vieja gritona, tal para cual – (de repente violenta) – ¡soltame, dice ella, me cago en Dios, y rajá, rajá! (Vuelve a limar.) ¿Por qué no la desentierra? dice él –aludiendo a vos, mi ángel - ¿para qué le sirve ella así? - ¿para qué le sirve él así? – y así sucesivamente – todas las estupideces – de siempre – hay que desenterrarla, dice él – así ella no tiene sentido - ¿desenterrarla con qué? dice ella – con las manos desnudas, dice él, yo lo haría con las manos desnudas – debían ser marido y –mujer. (Lima en silencio.) Después por fin se fueron – de la mano – las bolsitas – se alejan – borrosos – después nada – últimos humanos – que se extraviaron por acá. (Termina la mano derecha, la inspecciona, apoya la lima, mira delante de ella.) Extraño, apariciones semejantes, en un momento semejante. (Pausa.) ¿Extraño? (Pausa.) No, acá todo es extraño. (Pausa.) En todo caso les estoy agradecida. (La voz se quiebra.) Muy agradecida.