jueves, 4 de diciembre de 2008
EL MÉDICO A PALOS, de Molière
ESCENA 4.
LUCINDE, VALÈRE, GÉRONTE, LUCAS, SGANARELLE, JACQUELINE
SGANARELLE. ¿Esta es la enferma?
GÉRONTE. Sí, es mi única hija; tendría todo el dolor del mundo si llegara a morirse.
SGANARELLE. ¡Mucho cuidado con morirse! No se puede morir sin la orden de un médico.
GÉRONTE. Vamos, una silla.
SGANARELLE. A la enferma no se la ve nada repugnante, y pienso que un hombre sano se las arreglaría bastante bien con ella.
GÉRONTE. La hizo reír, doctor.
SGANARELLE. Mejor así: cuando el médico hacer reír al paciente, es la mejor señal posible. ¡Muy bien! ¿De qué se trata? ¿Qué tiene? ¿Cuál es el mal que la aqueja?
LUCINDE, responde con señas, llevando su mano a su boca, a su cabeza, y debajo del mentón. Han, hi, hom, han.
SGANARELLE. ¡Eh! ¿Qué dice?
LUCINDE, sigue con los mismos gestos. Han, hi, hom, han, han, hi, hom.
SGANARELLE. ¿Qué?
LUCINDE. Han, hi, hom.
SGANARELLE, imitándola. Han, hi, hom, han, ha: no la entiendo. ¿Qué diablo de idioma es ese?
GÉRONTE. Señor, esa es su enfermedad. Se quedó muda, sin que hasta este momento hayamos podido averiguar el motivo; y es un accidente que hizo postergar su matrimonio.
SGANARELLE. ¿Y por qué?
GÉRONTE. El que debe casarse con ella quiere esperar que se cure para concluir el asunto.
SGANARELLE. ¿Y quién es el idiota que no quiere que su mujer sea muda? ¡Ojalá quisiera Dios que la mía tuviera esta enfermedad! Me cuidaría muy bien de querer curarla.
GÉRONTE. En fin, señor, le suplicamos que utilice todos su conocimientos para aliviarla de su enfermedad.
SGANARELLE. ¡Ah! No se preocupen. Dígame un poco, ¿la enfermedad la ahoga mucho?
GÉRONTE. Sí señor.
SGANARELLE. Mejor así. ¿Tiene fuertes dolores?
GÉRONTE. Muy fuertes.
SGANARELLE. Muy bien hecho. ¿Va adonde usted sabe?
GÉRONTE. Sí.
SGANARELLE. ¿Copiosamente?
GÉRONTE. De eso no sé nada.
SGANARELLE. ¿La materia es loable?
GÉRONTE. No soy entendido en el tema.
SGANARELLE, girando hacia la enferma. Déme el brazo. El pulso indica que su hija está muda.
GÉRONTE. Y sí, señor, esa es su enfermedad; usted la descubrió de inmediato.
SGANARELLE. ¡Ah, ah!
JACQUELINE. ¡Vean cómo adivinó su enfermedad!
SGANARELLE. Nosotros, los grandes médicos, nos damos cuenta de las cosas enseguida. Un ignorante se habría visto en apuros, y le hubiera dicho: “Es esto, es lo otro”; pero yo, yo le doy al blanco en el primer tiro, y le hago saber que su hija está muda.
GÉRONTE. Sí, pero lo que yo querría es que usted me pudiera decir a qué se debe.
SGANARELLE. Nada más sencillo: se debe a que perdió la palabra.
GÉRONTE. Muy bien; pero ¿cuál es la causa, si es tan amable, que hizo que perdiera la palabra?
SGANARELLE. Todos nuestros más eminentes autores le dirán que es un impedimento en la acción de su lengua.
GÉRONTE. Pero aún así, ¿cuáles son sus sentimientos acerca de ese impedimento de la acción de su lengua?
SGANARELLE. Aristóteles dice, al respecto... cosas muy acertadas.
GÉRONTE. Ya lo creo.
SGANARELLE. ¡Ah, era un gran hombre!
GÉRONTE. Sin duda.
SGANARELLE, levantando un brazo hasta el codo. Un gran hombre, de verdad; un hombre que me llevaba esto, de grande. Pero para volver a nuestros razonamientos, afirmo que este impedimento de la acción de su lengua es causado por ciertos humores, que entre nosotros los sabios llamamos humores pecantes; pecantes, es decir... humores pecantes; tanto más cuanto los vapores formados por las exhalaciones de las influencias que se elevan en la región de las enfermedades vienen... por decirlo así... a... ¿Usted entiende el latín?
GÉRONTE. De ninguna manera.
SGANARELLE, parándose con asombro. ¿Usted no entiende el latín?
GÉRONTE. No.
SGANARELLE, haciendo diferentes posturas cómicas. Cabricias arci thuram, catalamus, singulariter, nominativo haec Musa, “la Musa”, bonus, bona, bonum, Deus sanctus, ¿estne oratio latinas? Etiam, “sí”. Quare, “¿por qué?” Quia substantivo et adjetivum concordat in generi, numerum, et casus.
GÉRONTE. ¡Ah! ¿Por qué no lo habré estudiado?
JACQUELINE. ¡Qué hombre tan sabio!
LUCAS. Sí, es tan retorcido que no entiendo ni una gota.
SGANARELLE. Ahora bien, cuando esos vapores de los cuales le hablo vienen a pasar, por el lado izquierdo, donde está el hígado, y por el lado derecho, donde está el corazón, ocurre que el pulmón, que en latín llamamos “armyan”, comunicándose con el cerebro, que nombramos en griego como “nasmus”, por medio de la vena cava, que en hebreo llamamos “cubile”, encuentra en su camino dichos vapores, que llenan los ventrículos del omóplato; y como los vapores mencionados... entienda bien este razonamiento, se lo ruego; y como los vapores mencionados poseen cierto grado de malignidad... Escuche bien esto, lo conjuro.
GÉRONTE. Sí.
SGANARELLE. Poseen cierto grado de malignidad, que es provocada... Esté atento, por favor.
GÉRONTE. Lo estoy.
SGANARELLE. Que es provocada por la acritud de los humores engendrados en la concavidad del diafragma, ocurre que esos vapores... Ossabandus, nequeis, nequer, potarinum, quipsa milus. Eso es precisamente lo que hace que su hija esté muda.
JACQUELINE. ¡Ah! ¡Eso sí que está bien dicho, hombre!
LUCAS. ¿Por qué no tendré la lengua tan bien puesta?
GÉRONTE. No se puede razonar mejor, sin duda. Hay una sola cosa que no entiendo: es el lugar del hígado y del corazón. Me parece que usted los ubica en un lugar diferente al que se encuentran; que el corazón está del lado izquierdo, y el hígado del lado derecho.
SGANARELLE. Sí, eso era así en otros tiempos; pero nosotros cambiamos todo eso, y ahora ejercemos la medicina con un método totalmente nuevo.
GÉRONTE. Es algo que no sabía, y le pido perdón por mi ignorancia.
SGANARELLE. No hay ningún problema, usted no tiene la obligación de ser tan sabio como nosotros.
GÉRONTE. Seguramente. Pero, señor, ¿qué cree usted que hay que hacer con esta enfermedad?
SGANARELLE. ¿Qué creo que hay que hacer?
GÉRONTE. Sí.
SGANARELLE. Mi opinión es que la vuelvan a acostar y que le hagan tomar, como remedio, una buena cantidad de pan embebido en vino.
GÉRONTE. ¿Y eso, por qué, señor?
SGANARELLE. Porque en el vino y el pan, mezclados, hay una virtud simpática que hace hablar. ¿No ve que es lo único que les dan a los loros, y que aprenden a hablar comiendo eso?
GÉRONTE. Es verdad. ¡Ah! ¡Qué gran hombre! ¡Rápido, traigan mucho pan y mucho vino!
SGANARELLE. Volveré esta tarde, a ver en qué estado se encuentra. (A la nodriza) Usted, tranquila. Señor, aquí hay una nodriza a la cual es necesario que le dé unos pequeños remedios.
JACQUELINE. ¿A quién? ¿A mí? Yo tengo una salud de hierro.
SGANARELLE. Peor así, nodriza, peor así. Tanta salud es de temer, y no le va a venir mal que le haga una pequeña sangría amigable, o una ligera lavativa dulcificante.
GÉRONTE. Pero, señor, esa es una moda que no entiendo. ¿Para qué ir a hacerse sangrar cuando no se tiene ninguna enfermedad?
SGANARELLE. No importa, es una moda saludable; y así como se bebe para la sed que va a venir, también hay que hacerse sangrar para la enfermedad que va a venir.
JACQUELINE, retirándose. ¡Bah!, yo me río de eso, y no voy a hacer de mi cuerpo un negocio de boticario.
SGANARELLE. Usted es reticente a los remedios; pero nosotros sabremos someterla a la razón. (Hablándole a Géronte) Le doy los buenos días.
GÉRONTE. Espere un poco, si es tan amable.
SGANARELLE. ¿Qué quiere hacer?
GÉRONTE. Pagarle, señor.
SGANARELLE, extendiendo su mano hacia atrás, por encima del delantal, mientras Géronte abre su bolsa. No lo voy a aceptar, señor.
GÉRONTE. Señor...
SGANARELLE. En absoluto.
GÉRONTE. Un momentito.
SGANARELLE. De ninguna manera.
GÉRONTE. ¡Por favor!
SGANARELLE. Usted se está burlando.
GÉRONTE. Ya está hecho.
SGANARELLE. No pienso hacer nada.
GÉRONTE. ¡Eh!
SGANARELLE. No es el dinero lo que mueve mis actos.
GÉRONTE. Ya lo creo.
SGANARELLE, después de haber tomado el dinero. ¿Vale lo que pesa?
GÉRONTE. Sí, señor.
SGANARELLE. Yo no soy un médico mercenario.
GÉRONTE. Ya lo sé.
SGANARELLE. El interés no me gobierna.
GÉRONTE. Nunca se me hubiera ocurrido.
Gentileza de Editorial Mandioca
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